Reflexiones

¿Fronteras para separar o para integrar?

Es cierto que el concepto de frontera se construyó en el pasado bajo la idea de generar una línea de separación entre dos países o territorios; pero no es menos cierto que el presente permite reformular esta idea, transformando los espacios transnacionales en zonas de contacto entre dos o más estados. La manifiesta discontinuidad, sea territorial o de diseño político-económico de los límites fronterizos, puede transformarse en zona de transición para el desarrollo turístico de las comunidades.

Un paso previo podría llegar a ser la definición de los componentes simbólicos culturales que van más allá de lo territorial, para reconstruir la identidad histórica, cultural y social de ese paso. Por allí cursan las relaciones e interacciones que se generan entre dos o más países vecinos, los conflictos de interés, los principios de apoyo y colaboración logrados o nunca construidos, el comercio y el turismo, el ingreso de nuevos comportamientos, las tradiciones o costumbres, los encuentros y desencuentros y los contactos formales e informales entre instituciones públicas y privadas. Trabajar esta significación es encontrar una nueva puerta de entrada a los países. Una oportunidad para la construcción de una atracción turística que una a las poblaciones y un servicio al visitante que lo haga comprender un estilo de vida que se va modificando con el transitar de una cultura a la otra.

El mundo del turismo ofrece hoy a través de los muros limítrofes de un país a otra, zonas francas con menores impuestos, políticas más o menos permisivas, fronteras con tendencia a desaparecer y otras menos permeables al cambio, aduanas integradas que funcionan interactuando sin perder el sentido de sus diferencias político-administrativas.

Pero aún no se sortean otras cuestiones que convierten a los límites internacionales en obstáculos.

En la región patagónica, tan sólo la barrera psicológica originada en las competencias de otros tiempos, provocan instancias de distanciamiento y rivalidad originadas por un trabajo de integración no resuelto que podría mutar hacia la generación de sinergias y complementaciones traducidas a beneficios comerciales para las poblaciones contiguas y a una narrativa turística integrada por la historia y la revaloración funcional del paso, con ganancia para el desarrollo de la zona de transición binacional.

Sin pérdida para la seguridad poblacional, urbana, regional o nacional, que podría continuar sostenida por los límites legales de la soberanía nacional de un país, una transición geográfica bien diseñada puede servir para desarrollar fronteras socialmente integradas, donde el tránsito de personas y bienes se beneficien por las políticas de integración de los estados al más alto nivel de gobierno, la colaboración institucional transparentada en la facilitación rápida y práctica de soluciones en las áreas administrativas de las aduanas y a la estabilidad de los contratos fronterizos. 

En suma, un territorio trabajado en conjunto de manera orgánica donde llevar a cabo una actuación conjunta; la movilización político-institucional, a través de la puesta en marcha de proyectos comunes refrendados mediante organismos de cooperación específicos; estrategias económicas y de mercado que refuercen la movilización política y la promoción de una cultura de símbolos comunes. Todas oportunidades útiles para formalizar límites más modernos, menos rígidos y más adecuados a la transformación futura de una historia de separación que habrá que dejar atrás en favor de los encuentros. En un nuevo paradigma, el desarrollo turístico transnacional se podría nutrir de la creación de productos integrados por el valor de dos países, de un mayor entendimiento de la conservación de los recursos naturales, culturales y patrimoniales compartidos, de un desarrollo socioeconómico regional y un más lógico control aduanero sustentado por la mirada unificada de dos países que se preservan mutuamente de la inseguridad. 

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