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De tiempos y calendarios

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El turismo no es una actividad que se resuelva a la sombra del discurso político, sino desde la planificación técnica. Con indispensable ordenamiento, cada año puntualmente, se realizan los lanzamientos de las temporadas altas que se suceden a las bajas, arriban las ferias promocionales internacionales y nacionales con fechas prefijadas y llega la tan esperada Semana Santa, al igual que los fines de semana largos. Ningún cambio es posible en el calendario, aún cuando eventos como esta pandemia que azota al mundo, abre paradigmas de difícil resolución.

Por eso, resulta incomprensible el planteo del Ministerio de Turismo de Nación, a pocos días de iniciarse la temporada invernal, acerca de la improbable apertura de la misma, justificado por la situación epidemiológica actual. Revisemos el tema.

Extrañamente, Argentina, un país con fronteras cerradas al exterior, pudo programar este año su viaje a FITUR, la Feria Internacional de Turismo que se llevó a cabo en Madrid, para promoverse en un mundo que no va a poder visitarnos. Tras el viaje que provocó cierto recelo en el sector debido a la utilización innecesaria de fondos públicos, el ministro de Turismo y Deportes de Nación, Matías Lammens, al regreso de la delegación que viajó a España, pareció desestabilizar aún más su propia conducción de la cartera al no lograr conjugar acciones en tiempo presente, cuando aseguró “vamos a empezar a trabajar con las cámaras, tenemos una reunión pautada en estos días para generar los protocolos para poder tener temporada”.  

Si cada país del mundo que presentó su promoción en FITUR, no pudo escapar de exponer sus protocolos de seguridad sanitaria como base para atraer operadores, agentes de viajes o turistas, en medio de esta situación epidemiológica ¿qué presentó entonces Argentina si asegura que recién en unos días va a trabajar sus protocolos junto a los privados? ¿Si estamos sobre la temporada invernal por qué no se convocó antes, bajo el respeto a los tiempos de la programación anual, un encuentro con la Cámara Argentina de Turismo para analizar posibilidades para la apertura de las actividades de invierno? ¿Qué se hizo durante estos 18 meses de pandemia para justificar dudas a través del comentario de Lammens?

Mientras el 2020 nos puso de frente a la pandemia, el 2021 tendría que haber servido para la planificación. Lejos de eso, se repite la fórmula de volver a anunciar la confección de protocolos que ya existen, y que fueron aprobados y certificados por la experiencia de dos temporadas altas (verano y Pascuas).   En suma, discutir la apertura de una temporada sobre el inicio de esa temporada, tiene sólo dos lecturas posibles: imprevisión o negación a la actividad.  

La muy anunciada “segunda ola de contagios de coronavirus” que recibimos favorecidos por la condición preparatoria respecto a otros países del mundo, parece no estar siendo aprovechada en Argentina a favor de soluciones para la salud, la economía y el reposicionamiento del sector. Las propuestas y respuestas anticipadas por otros países que hoy nos permitiría enfrentar este tiempo de pandemia con resultados medibles, ni siquiera parecen no haber servido para un “copy-paste” que impulse al turismo en sus facetas más probables: turismo rural, turismo naturaleza, turismo bienestar, turismo salud, etc. Si se cierra, se cierra todo.

Si en el 2020 se hubiese trabajado sobre aquel presente, hoy quizás sólo necesitaríamos controlar que las normas se apliquen. A un año y medio de declarada la pandemia, era esperable contar con esquemas de trabajo más favorecedores de la actividad; por ejemplo mejores sistemas de control sanitario, consensos provinciales para la seguridad del viajero y de las comunidades, certificados o pasaportes sanitarios, seguros para viajeros, manuales de comportamiento y concientización, medidas claras para la circulación de provincia a provincia o de tráfico internacional y sobre todo testeos y vacunación. Todo era esperable menos la indecisión y la sensación de que nadie trabajó en impulsar el turismo invernal en pandemia.  

De esta manera, termina siendo poco creíble el convencimiento del gobierno de que está acompañando a un sector que vive, se desarrolla y crece fundamentalmente en relación al trabajo temporario de las altas y a los empujes promocionales de las bajas. Las ayudas que el estado reparte en los sectores más desprotegidos y empobrecidos por falta de oportunidades, no deben seguir extendiéndose a aquellos que buscan progresar trabajando y tiene posibilidad de hacerlo. Para eso, se necesita promover el trabajo y la ampliación de las fuentes laborales, y aún en pandemia se pueden elaborar estrategias para lograrlo. 

Seguramente con más fe en el discurso político que en los diseños técnicos, Lammens asegura que “el Gobierno quiere proteger al sector porque es estratégico y uno de los motores del desarrollo cuando demos vuelta la página de la pandemia”. El tema es que si continúa esta cadena de incertidumbres, cierres programados a último momento y la decisión marcada del gobierno de proyectarse más sobre las cuarentenas de fase 1 que sobre el equilibrio del sistema económico, se hace cada vez más difícil que algún empresario turístico sobreviva; mucho menos si la variable de apertura depende de la expectativa de un rápido proceso de vacunación que hasta el momento no ha sucedido. Sólo un 7 % de la sociedad argentina ha sido vacunada con sus dos dosis hasta el momento. 

Para el futuro, nuevamente se habla de PreViaje, una política de reactivación para el sector que muchos argentinos aún no han podido disfrutar por los anuncios y acciones compulsivas del gobierno que impiden la previsibilidad. También el adelantamiento de las vacaciones de julio con el que ha jugado la provincia de Buenos Aires, aún cuando se estima que el turismo podría reiniciarse recién para el fin de la temporada invernal, un tiempo donde el caudal de visitantes representaría un número alejado de las esperanzas sectoriales o regionales que requieren equilibrar con urgencia sus economías, mediante la actividad ¿Cómo confiar entonces de que se piensa en el turismo como motor del desarrollo, sin pensar en qué es lo mejor para desarrollarlo?

“Invertimos 60,000 millones de pesos para sostener a la industria, llegamos a más de 20.000 empresas, de las cuales el 95% son Pymes”, asegura  Lammens, sin seguramente querer traer a la memoria aquella tan discutida “Ley de emergencia Turística” que se planteaba frente a un presente difícil, y que quedó re-significado con una “Ley de Reactivación” cuando todavía no se vislumbraba un futuro.  Hoy seguimos requiriendo observar la emergencia antes de plantear la reactivación.

Todos sabemos que la actividad genera divisas extranjeras, tiene una rápida generación de empleo, es federal y es redistributivo. También entendemos que el presupuesto para asistencia a empresas se incrementó en un 500%, pero entender una asistencia como inversión, distorsiona la idea de Estado. Quien invierte es el privado. Con sus impuestos se pagan obras y servicios públicos y se asegura las ayudas del estado ante situaciones emergentes. El Estado se vuelve así sólo “promotor de inversiones” que permitan aumentar el empleo, terminar con la pobreza y la exclusión social, encaminando a la Argentina hacia la sostenibilidad.

Por eso quizás la lección a aprender se divida en dos puntos. La necesidad de exigirles a los gobiernos decisiones y gestiones que representen los intereses ciudadanos y el respeto a los calendarios.  El tiempo de la emergencia de marzo de 2020 hubiera requerido recursos estatales que no son otra cosa que el resultado del esfuerzo privado. Abril, mayo y junio, el tiempo de armar protocolos destinados al accionar público y privado y diseñar políticas turísticas para atravesar la pandemia. De julio 2020 a las pascuas de este año, el tiempo de medir y hacer correcciones en base a lo experimentado y de abril al presente, la promoción de los destinos, las temporadas y sus reglas. Sin embargo hoy, después de 18 meses de experiencia, llegamos desfasados al mismo punto inicial de la pandemia, con recursos más finitos de ayuda al empresariado, dudosas aperturas de temporada y el anuncio reiterado de protocolos sin diseño, olvidando que el tiempo de siembra y cosecha siempre dependieron de los calendarios.

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