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Quila Quina: una comunidad intercultural a orillas del Lácar

Hace 10.000 años, el hombre habitaba la región circundante del espléndido lago Lácar. Así lo referencian los descubrimientos arqueológicos que hablan de aquellos «primeros habitantes, cazadores y recolectores que migraban de un lugar al otro, alternando la recolección de semillas de araucaria con la caza de huemules y guanacos».

Pero en el siglo XVI, la llegada de los españoles desvió el curso de la historia de aquellas comunidades originarias, trayendo cambios sustanciales y una larga lucha por el reconocimiento de su cultura y territorio. El migrante «hombre de la tierra» (el «che» «mapu»), terminó así, perdiendo terreno ante culturas de asentamiento -como la de los primeros inmigrantes europeos- que no dudaron en instalarse, fundando poblados como San Martín de los Andes.

Con costumbres muy diferentes a los anteriores habitantes, ellos se fueron estableciendo, demarcando los límites de las primeras propiedades privadas -muchas de ellas convertidas hoy en grandes latifundios- deseosos de promover el desarrollo de actividades forestales y ganaderas.

Pero en 1937, la creación del Parque Nacional Lanín, pone freno a las ambiciones de los nuevos colonos, en favor del establecimiento de una legislación proteccionista para la conservación del medioambiente natural, absorbiendo dentro del área protegida, las tierras de las comunidades mapuches y algunas estancias privadas.

Así, a tan sólo 18 kilómetros de la ciudad, la Villa Quila Quina, surge peninsular sobre la margen sur del lago Lácar, como producto del loteo que la Administración de Parques Nacionales llevó a cabo en el año 1942, y que por años fue expropiada a los pobladores originarios (mapuches) para luego ser reestablecidas por derecho originario en los años 90. Basados en un plan de comanejo con el Estado, surgió este espacio de interculturalidad que promueve conciliar los usos tradicionales de las comunidades originarias y los objetivos de conservación del Parque, aceptando el vínculo indisociables entre diversidad biológica y cultural; límites jurídicos de un Estado protector de los bienes naturales, tradiciones ancestrales y el impulso inmigratorio de renovada base productiva.

De las casi cien familias originarias de la comunidad mapuche que vivían y viven ahí en forma permanente tras la obtención de sus títulos de propiedad, y que hoy llevan a cabo una economía de subsistencia basada en la cría de ganado ovino y bovino, la siembra y cosecha frutihortícola, la actividad forestal y la venta de artesanías, se revela el contraste con el poblador rural y las villas residenciales de permanencia temporaria que suman a la actividad turística. No es difícil encontrar en el camino turístico, ovejas, cabras o vacunos, pastando apacibles en medio del verdor de los campos que se alzan en las alturas del Quila Quina, un vocablo mapuche que significa «tres puntas», «tres familias» .

Es que en la región extrema del camino de los Siete Lagos, conviven tres comunidades –la Curruhuinca, la Cayún y la Raquithué– que le dan sentido al nombre.

Quila Quina constituye así, un espectacular circuito de 10.500 hectáreas transferidas a la comunidad indígena Curruhuinca, sujetas a un régimen de propiedad comunitaria que se eleva en la zona oriental de la Reserva Nacional.

Desde el camino ripiado, sinuoso y por momentos vertiginoso que asciende hasta los 900 metros sobre el nivel del mar, se revelan bosques de robles, cipreses, pellín, coihues, radales, raulíes y maitenes, que no ocultan la presencia del poblador. Sus territorios, rústicamente cercados por palos recostados, disfrutan de las mejores vistas lacustres, mientras las chimeneas humeantes rememoran los aromas de una posible cocina económica.

Paisajes de una mansedumbre que conecta bosques, campos laborados, campings organizados y agrestes y una confitería, un muelle desde donde llega el turismo lacustre, un breve paseo de artesanías y bellas playas de arena sobre el lago Lácar. Es a partir de ese final del camino que concuerda con la ladera del cerro Abanico, donde se abre el sendero peatonal que bordeando la capilla, accede a la gruta de la Virgen y a la gruta del agua mineral. Carbonatada naturalmente, ofrece a quien la visita, la posibilidad de interiorizarse acerca de un interesante fenómeno geológico. Más allá, orillando algunas casas residenciales, y mientras se atraviesa la extensa alameda que bordea el camino, aparece el ingreso a la cascada del Arroyo Grande. Ubicada en territorio de la comunidad mapuche, requerirá del pago de un ingreso y un guía para conocerlas.

Hacia la dirección contraria, y siempre saliendo del puerto, el mirador del Cerro Abanico y la escuelita rural de la comunidad mapuche -cuyo ciclo lectivo va de septiembre a mayo- permite prever la construcción de una educación, cercana a la actividad turística y destinada a crecer entre cultivos y el juego de luces y sombras de un bosque abierto a la vera de las mejores playas de la región.

Quila Quina se vuelve así, el reflejo claro de lo que las culturas interactuantes bajo el resguardo del Estado pueden lograr. Un paraíso de convivencia y belleza, enclavado en la Patagonia argentina.

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